"No entiendo por qué no funcionan las cosas con esta persona." Piensa, quizás habéis tenido un problema previamente. "SÃ, pero eso ya está solucionado. Le pedà perdón y ahora estamos bien".
Vamos a hacer un ejercicio:
Coge una hoja en blanco y escribe tu nombre completo, ahora arruga esa hoja hasta que su tamaño se quede como una bola en tus manos. Bien, ahora vuelve a extender la hoja. Obsérvala, ¿Está como al inicio? No, está arrugada. Intenta que quede como al principio, lisa. No puedes, tiene arrugas y no se puede leer de forma tan nÃtida tu nombre. Ahora pÃdele perdón a la hoja ¿Crees que con ese perdón la hoja volverá a su estado inicial? No, la hoja nunca volverá a ser la misma, seguramente con el tiempo y técnicas de papiroflexia conseguirás que esas arrugas se atenúen, siempre y cuando la trates bien. Podrás seguir escribiendo en ella, pero nunca la volverás a ver como la encontraste.
Nosotros somos la hoja, y sus arrugas son nuestras cicatrices. Estas nunca desaparecen, se quedan en nosotros y nuestro trabajo es saber vivir con ellas. Entonces, a la hora de relacionarte, piensa que el mundo está lleno de hojas y que todas tienen sus propias cicatrices, por lo tanto, por mucho que tú quieras no podrás curarlas, eso sÃ, intenta no generar más.
Autora: Cristina Salguero Villamor